Historia

Roberto Gálvez, otra parte de la historia del TC

Hace 8 años fallecía Roberto Gálvez, hermano de Juan y Oscar, íconos del Turismo Carretera. En su homenaje, publicamos parte de una entrevista exclusiva con SoloTC.

Haber estado sentado frente a Roberto Gálvez representó un viaje hacia el pasado. Recorrer cada rincón de una historia inolvidable para el Turismo Carretera. Significó transitar cada uno de esos rústicos caminos de tierra, aquellos que supieron regar de gloria durante la época más gloriosa de esta especialidad.

Se cumplieron 8 años de la muerte del hermano de Juan y Oscar, íconos del TC. Por eso, a modo de homenaje, transcribimos parte de la entrevista que SoloTC le realizó en 2007. Donde repasó vivencias, anécdotas y parte de la rica historia de los Gálvez en el TC.

¿Recuerda cuándo empezó en el TC?
– Comencé al lado de Juancito en 1947. La primera victoria fue en la Vuelta de Santa Fe en febrero del ’49, a partir de allí tuvimos una seguidilla de éxitos impresionantes. Incluso ese mismo año ganaríamos el primero de los 9 títulos que conquistó mi hermano.

¿De qué manera incursionaron ustedes en el automovilismo?
– Mi padre tenía un taller y ahí trabajábamos los cinco hermanos. Éramos finos en la mecánica, prolijos, jamás dejábamos algo por hacer. Y a los tres más chicos nos picó el bichito por las carreras. El primero que comenzó fue Oscar en un Gran Premio de 1937 con un Ford que había armado junto a Juancito. Luego Juan lo empezó a acompañar en las Mil Millas de 1937 y cuatro años más tarde se largó como piloto.

Roberto y Juan Gálvez TC
Roberto comenzó en el TC como acompañante de su hermano Juan. (Foto: Familia Gálvez).

Luego se sumó usted también…
– Comencé de copiloto de Juancito durante muchos años. Hacía un poco de todo: medía el aceite con una varilla que estaba adentro del auto para controlar que no se funda el motor, miraba el tablero para que esté todo en condiciones, ya que el piloto no podía hacerlo. Teníamos un tanque de agua detrás del auto y por si subía temperatura, le mandaba agua con una bomba. En las cordilleras enviábamos agua a los tambores de freno para enfriarlos porque calentaban mucho, se ponían al rojo. No había frenos de disco en esa época.

¿Y cuándo fue que decidió dejar de acompañarlo para convertirse en piloto?
– En 1956 me fui a Estados Unidos porque tenía conocimiento de que allá disponían de mejores autos de lo que se hacían acá. El automovilismo norteamericano estaba mucho más desarrollado y fuí a un taller en donde preparaban una Maserati para correr en Indianápolis. La atendía un mecánico italiano de gran capacidad y tenían una tecnología que en la Argentina no existía. Tal es así que armaban el auto, lo hacían dar vueltas en la pista, lo paraban, sacaban las ruedas y las torneaban para que fueran redondas. Cuando regresé de ese viaje, emprendí mi carrera como piloto de TC.

¿El Ford lo armó junto con sus hermanos?
– No, cada uno tenía su taller y armaba su auto por su cuenta. Oscar tenía el suyo y equipaba su vehículo con sus propios mecánicos, Juan lo mismo. Si bien éramos muy unidos entre todos, a la hora de la competencia todos queríamos ganar. Ellos eran más independientes, yo no porque estaba mucho con Juan, nos reuníamos pero en casa de mi padre, charlábamos mucho.

¿Recuerda la primera carrera que disputó?
– Fue en Tres Arroyos en 1956, en esa competencia iba transitando en el primer lugar, después volqué pero pude recuperar el auto y finalmente terminé 6º.

¿Y cómo fue su primer y único triunfo en la “máxima?
– Fue en la Vuelta de Olavarría en marzo de 1958. Tuve mucha suerte ese día, segundo terminó Dante Emiliozzi, que era muy bueno, y tercero, Carlos Menditeguy que era buenísimo. Más atrás terminaron mis hermanos. Pude haber ganado antes ya que venía andando bien en otras competencias, pero el auto se rompía o volcaba y no podía conseguir un buen resultado. Luego me estabilicé y me fue mucho mejor.

Roberto Gálvez TC
Roberto logró su única victoria el 2 de marzo de 1958 en la Vuelta de Olavarría.

¿Con sus hermanos eran parecidos en la forma de conducir o cada uno tenía su estilo?
– Oscar era muy fino para manejar, muy suave. Juan era un poco mas rústico, volanteaba mucho, pero no recuerdo si yo era como Oscar o como Juan. Trataba de sacar lo mejor de cada uno.

¿Cómo sobrellevaban tantas horas arriba de un auto?
– Las competencias eran durísimas. Se hacían trayectos de 1800 kilómetros sin parar… Dormíamos un par de horas y debíamos seguir en carrera. Sin embargo lo soportábamos sin problemas. Era nuestra pasión. Fue una época hermosa.

¿La gente le sigue recordando el significado del apellido Gálvez en el automovilismo?
– Muchísimo. Voy muy seguido a Venado Tuerto y la gente grande que vivió aquella época lo recuerda. Los viejos como yo me preguntan por Juancito, me dicen: “¿Oscar como era?”. Igual el público se va olvidando con el paso del tiempo porque vienen otros pilotos. En mi época nosotros recordábamos a los que fueron muy buenos corredores con anterioridad. Ernesto Blanco, Félix Peduzzi, Raúl Riganti, entre otro. Fueron nuestros antecesores y los veíamos como los grandes ídolos de esos tiempos.  

¿Por qué cree que en los años que siguieron nunca se pudieron igualar los récords que marcaron los Galvez en el automovilismo?
– Era otra época. Hoy no se hacen competencias como las que se hicieron. En 1940 se corrió desde Buenos Aires a Perú, una carrera que hoy creo que no se puede hacer. En el ‘48 se realizó la Buenos Aires -Caracas. Además lo que ellos hicieron en el automovilismo fue tan difícil en ese momento como lo es ahora. Sólo que ellos no tenían un límite, siempre daban un poco más.

Hermanos Gálvez
Junto a Oscar, quíntuple campeón del Turismo Carretera.

¿La diferencia la hacían los pilotos o los autos?
– Técnicamente los autos eran parecidos, la diferencia la hacia el piloto. Oscar y Juan manejaban muy bien. Los Emiliozzi quizá no eran tan buenos pero tenían una gran mecánica. Ellos habían fabricado dos tapas de block que eran mejores y eso les daba más velocidad. Eran excelentes preparadores. Las tapas no le salieron bien de entrada, rompieron un montón de veces el auto, hasta que lo desarrollaron bien y pasearon a todos.

La charla llega a su fin, aunque a decir verdad, a uno siempre le queda esa extraña sensación de que ésta es sólo una parte ínfima de una historia apasionante. El viaje por el túnel del tiempo imaginario pareció más corto de lo que fue. Pero vaya si valió la pena recorrerlo.

Entrevista publicada en la edición Nº55 de SoloTC del 22 de agosto de 2007.

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